lunes, 10 de mayo de 2010

Ninguna buena acción queda sin castigo



Festival de la Música en la Calle de Vilaseca. Última parada de un finde muy ajetreado. Afortunadamente, la compañía es grata, nos hemos reído como condenadas en el coche, hemos visitado accidentalmente todos los barrios periféricos de las grandes ciudades y hecho el guiri por Cataluña en general. Estamos encerrados en la cafetería, viendo como la lluvia empapa el escenario dónde se supone que deberíamos cantar. Los músicos juegan a cartas y las sopranos se han revelado imbatibles jugando a dardos. Yo sorbo mi enésimo café con la esperanza de que, al entrar hirviendo en mi organismo, me seque los pies de dentro a fuera. Me han colgado del cuello una acreditación que dice "artista". Bromean entre ellos sobre la posibilidad de pedir que nos lo cambien por "pianista en un burdel", por aquello de salvaguardar nuestro honor.

No tengo ganas de socializarme. Es domingo y sigo sin haber resuelto un tema en particular. Después del Diciembre Negro, he desarrollado una especie de hastío interminable hacia ciertos temas y maneras de hacer. Yo antes solía tener más paciencia, más abnegación, más autocontrol. Pero ahora, si alguien me pega esperando que ponga la otra mejilla, lo más probable es que reciba una patada en el culo. Ya sé que la violencia no se cura con más violencia, y que los e-mails desagradables no se contestan siendo más desagradable, pero parece que todos mis trajes de Super Polite Person estan en el cesto para lavar y hace demasiados días que llueve sobre mojado como para poner lavadoras. Así que blablablablablabla..., cada cual por su lado.

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