domingo, 4 de diciembre de 2011

Feliz diciembre, Midori





¿Qué sienten los robots cuando los reinician? Midori se reinició hace dos años después de unos días de pantallazo azul: el hardware y el software estaban intactos, el mundo le era familiar, seguía con sus mismas habilidades y limitaciones. Pero todo estaba en blanco: ningún archivo fue hallado. El frío de diciembre era muy frío, se sorprendía hasta de respirar y sentirlo helado, llenándole los pulmones. Las luces de Navidad en la calle no le decían nada, pero eran tan asombrosamente hermosas. Lo había perdido todo, pero estaba viva.

Han pasado dos años desde que se escapó de la Organización y nada está siendo fácil. Lo que tiene, lo ha luchado a pulso. Pero Midori ama esa sensación de vacío que le trae el frío de diciembre. Sobretodo en estas fechas, disfruta activamente de su ausencia, el vacío que su presencia dejó en su vida. Nadie que le grite, le humille, le envenene, le controle cada segundo de su vida.

Se sienta sola en un restaurante y se toma un te, nadie podría encontrarla en las próximas horas. Las luces de Navidad se reflejan en el cristal. Azul, rojo, verde, azul. Está sola, la camarera prepara las mesas para la cena. Aún se siente perdida y vacía. Quizá no ha recuperado ni el 20% de su vida en estos dos años. Pero ahora es suya. Quizá lo perdió todo, pero ahora lo tiene todo por ganar.

Ley de la hospitalidad

- Hoy he comprado un kit para un experimento y no sé si debería haberlo hecho.
- Ajá.
- Es que no está pensado para el tipo de experimento que quiero, y está disuelto en tolueno. Pero puedo dejarlo en la campana, y que se evapore. El tolueno es muy volátil, ¿no?
- Sí, y cancerígeno.
- Bueno, pero estoy trabajando en cantidades nanomolares.
- Ah, pues entonces.

Mi madre y mi hermano tienen la típica conversación incomprensible a la hora de cenar. Mi hermano se enrolla sobre las propiedades del tolueno y mi madre sigue dándole vueltas al experimento en voz alta. Sí, son extremadamente frikis, pero siempre son así, y que hoy no cambie nada es un logro. Quiere decir que están relajados, y todo va bien.

Las leyes de la hospitalidad no pueden romperse. Mi madre ha invitado a Marla a cenar, e incluso diría que lo ha hecho sin demasiado problema. La pobre invitada aguanta el chaparrón científico con una sonrisa y mastica un bistec gigante como si en realidad le gustara la carne. Es un triunfo raro, pero un soberano triunfo, y ella lo sabe. Cúanto la quiero.