Caperucita troll

Caperucita troll tiene cuatro años, es rubita y monísima. Sus papás le han puesto un vestidito de princesa, con un abriguito rojo y un par de botines a juego y lleva un largo lazo prendido del pelo.
Pero a Caperucita le cae un enorme moco verde de troll escandinavo que la salva de ser la niña más cursi del lugar. Corretea por la tienda hasta que se detiene delante de un póster del pato Donald, y de repente, con su potente voz de troll empieza a gritar ¡CUAK, CUAK, CUAK! presa de una genuina emoción infantil.

Si tuvieramos que hacer equipos como en el patio del colegio, me pido a Caperucita troll. Yo a veces soy un poco así, y no me arrepiento. También tengo un abriguito rojo, y momentos de profunda cursilería, pero mi troll interior siempre logra imponerse. Por eso es tan divertido quedar para ver el futbol en plan megabollo cervecero y luego, cambiar de canal y volver a ver pretty woman para criticar los tupés y las hombreras de la gente. Por eso mola comerse un cubo gigante de palomitas mientras se habla de cosas profundas con otra caperucita troll camuflada.

Creo que es la primera vez que hago un renoir sin Clemen. Me gusta hacer renoires. Porque ponen pelis buenas, pero venden cubos grandes de palomitas, no como en el verdi donde les puede el esnobismo. Es un detalle importante, porque si se da el caso de que la cartelera no está muy interesante, siempre te puedes quedar comiendo palomitas en la cafetería, y montarte tu propia película.

Las películas de las caperucitas troles, que somos legión.