domingo, 6 de septiembre de 2009

A veces cuando cocino aún te echo de menos


Iba mucho a ese restaurante. Era minúsculo, a medio camino entre mi casa y casa de tus padres. El dueño y camarero parecía un cowboy crepuscular sacado de alguna peli del Eastwood más reciente. Parco en palabras y sonrisas, pero buen hombre. Su mujer cocinaba las cosas más raras y buenas. Era una extraña mezcla entre restaurante de menú de barrio y cocina de autor sofisticada.

Entre semana, a veces desayunaba con Clemen. Los fines de semana, iba con mis padres a comer. En ambas facetas de mis vidas paralelas, celebrábamos las ocasiones especiales allí. El Llanero Solitario nunca pareció sorprenderse ante mi desdoblamiento de personalidad.

Le robé una receta. La fuimos perfeccionando durante meses. La robamos especialmente para esos vasitos bajos y anchos que compramos en Ikea, ¿o fue al revés? Ya no me acuerdo...

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