lunes, 28 de julio de 2008

Remigio

Ayer pasé el día con mi abuela. Comida inacabable (¿a que nadie te hace unas empanadillas como las mías?...son salteñas...come jamón, que es del pueblo...mira estos tomates, me los dió el tío josé, anda, acábate esto que ya sabes que yo no puedo comer por lo del azúcar...) remojo en la piscina, cotilleos familiares variados (tras una hora de charla, me enteré que "la nueva situación" de la prima Silvia no era otra cosa que un embarazo) y al anochecer, partidita de cartas con sus nueve hermanos y respectivas parejas bajo la parra que plantó mi abuelo en el porche.
Hay cosas que no cambian nunca. La tía Tere siempre nos gana al remigio.

Me encanta estar allí, recordar mi infancia. Sin embargo, les miro y me pregunto: ¿Qué pasaría si supieran...? Y entonces la ilusión de atemporalidad se rompe, y me siento como una vulgar estafadora, como si me carné de socia hubiera caducado hace años. Una extraña. Soy yo, pero no toda yo. Soy yo, pero no la que creen que soy. ¿Quién soy? Una carta que no cuadra en la mano.

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