miércoles, 7 de julio de 2010

Bucarest

44° 25΄ latitud Norte
La sangre eslava fluye por sus venas, son serios y aparentemente fríos. Aunque está permitido, no pisan el césped, verde y lozano, de ninguno de los miles de parques que el comunismo dejó en su ciudad. En sus montañas hay nieve todo el año y castillos con leyendas sangrientas. Ponen pepinillos en los bocadillos, picante en la sopa, acompañan las comidas con nata agria y destilan ciruelas para hacer licores de 80º, que te ofrecen fraternalmente diciendo ¡Noroc!

26° 6΄ longitud Este
En verano alcanzan los 40ºC; el tráfico es un caos, los taxistas, unos kamikazes; hay caravanas para ir a la playa cada fin de semana; en las administraciones, las cosas de palacio van despacio y vuelva-usted-mañana; trapicheos, mafias familiares, economía submergida y dinero negro al orden del día; la hospitalidad obliga a cebar a los invitados con pastelitos y encurtidos; mucho rigor religioso con extrañas concesiones, como que las novias se casan de blanco pero con escote hasta el ombligo; una lengua con declinaciones, pero plagada de palabras hermanas y primas de las nuestras; una ciudad ruinosa, pero soberbia, que exhibe orgullosa una réplica del Arco del Triunfo, que planta a los gemelos Rómulo y Remo en el centro de una plaza para que los lugareños, con una ironía apenas perceptible en su cara te digan "los verdaderos romanos somos nosotros".

Dicen que Bucarest es feo. A mi me fascinó el contraste. Ví con mis propios ojos las cicatrices de la guerra fría. Me cayeron por los suelos los prejucios con los que viajé a Rumanía. Es evidente que la situación económica no es la mejor, fuera de la zona euro, con precios europeos y salarios peores que los españoles, que ya es decir. Pero no estamos tan lejos. Más al norte, y más al este. Es como aquí, pero no es aquí.

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