martes, 13 de julio de 2010

Dinosaurios



Un pueblo de montaña. Vacaciones de verano. Sentados en el porche de la casa observamos las evoluciones de los pájaros. De repente, una silueta gigantesca despliega las alas. Comento asombrada que parece un pterodáctilo. Mis compañeros sonríen y explican orgullosos que esa espécie de pájaro raptor no ha evolucionado desde el Jurásico, y que la colonia que habita en su pueblo es una rareza biológica estudiada en todo el mundo. Hay un par de esos bichos posados sobre un cable telefónico. Tienen un aspecto siniestro, huesudos, las alas de esa piel dura, uñas y dientes afilados. Son enormes.
De repente, uno de los dinosaurios se lanza en picado hacia el suelo. Acto seguido remonta el vuelo con un enorme fardo entre sus garras. "Habrá cazado una oveja", dicen mis amigos. Les pregunto sobre la difícil convivencia entre las especies de depredadores protegidas y los pastores y ramaderos del lugar. No hay problema, dicen. El dinosaurio es el orgullo del pueblo. El bicho da media vuelta con su presa. Constato con horror que la supuesta oveja, de la que ya sólo quedan las piernas, lleva tejanos y convers.
"Sí, ya, a veces pasa". "Son omnívoros, dieta mediterránea, ¿sabes?, pero de vez en cuando...les gusta la carne humana". "Total, ellos son apenas quincemil en el planeta, y humanos sobramos".
"Fíjate con qué habilidad separa el muslo del hueso. Realmente es una especie admirable".

Me he despertado pensando que la realidad no está tan lejos de mis pesadillas. A veces, las personas dan más miedo que los monstruos.

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