jueves, 8 de abril de 2010

Bloody Morning

Llego tarde. Llamo al ascensor. Dejo la puerta abierta. Vuelvo a entrar, bolso en mano, recojo cosas. Desayuno, llaves, abrigo, eeh...¿Dónde coño está...?Ah, aquí. Perfecto, nos vamos. El pelo y los ojos ya me los arreglaré en el ascensor, pienso, que para eso tengo ocho pisos. Y entonces, me giro hacia el espejo y...Sangre. Tengo una escandalosa cantidad de sangre por toda la cara. Y en las manos, y en la ropa. ¿Estoy sangrando?

Este es el momento en el que aparecerían los créditos de inicio de House.

Me fascina ese mecanismo. Los capítulos empiezan in media res, en medio de cualquier escena cotidiana, sin ningún tipo de marca o referente que nos indique que aquello terminará siendo un capítulo de House. Sin embargo, como conocemos el mecanismo, observamos a los personajes sabiendo que, en cualquier momento, su pacífica rutina se volverá truculenta. Ella entra en el ascensor, y zas, está sangrando.

Y a partir de ahí, es todo lo contrario, o sea: mostrar como las realidades truculentas de un hospital, de la enfermedad, de la muerte, de la sangre y las vísceras, no son más que rutinas, al fin y al cabo. Es una auténtica perversión del código: lo rutinario se vuelve amenazante, y lo amenazante, habitual. Siempre los mismos personajes, los mismos espacios, los mismos procedimientos, los sospechosos habituales. Hacedle un TAC. Punción lumbar. És Kawasaki. O Lupus.

Pero, no, nunca es Lupus. Al final, los malos son las inofensivas cosas de la cotidianidad. Como una pequeña heridita en la mano que usas para ponerte el abrigo, arreglarte la ropa, tocarte el pelo y quitarte el sueño de la cara.

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