lunes, 14 de febrero de 2011

Fosforecente



Drexler dió un conciertazo en el Joventut. Hizo, como siempre, lo que le vino en gana con su público. Improvisó canciones que no eran más que discursos rimados para ganar tiempo, las cuerdas se salen, las cuerdas vuelven a entrar, la noche de tarragona (dónde cantó ayer) no perdona, este no es momento para dar palmas, contengan su energía rítmica, etc, etc. A medio concierto decidió cantar sin amplificación la Milonga de un moro Judío (que ni pintada el día de la dimisión de Mubarak), paseándose por todo el patio de butacas, recuperó canciones viejas que volvieron a mí por sorpresa, cargandas de recuerdos. Cuando presentó esta canción, en directo y con un diálogo abierto con su técnico de luces, apagó las luces de la sala y nos dejó a oscuras imaginando luciérnagas de mar.
Fue curioso. Tengo todos los discos de Drexler. Eso son muchas, muchas canciones. Son muchos, muchos recuerdos. Pero de algún modo, la selección encajó a la perfección con lo que yo siento ahora. No cantó las canciones más conocidas, ni las más actuales, y puede que alguien piense que ni siquiera las más bonitas. Cantó las que hablaban de mí.

1 comentario:

Ana Gordillo dijo...

:) me habría encantado repetir concierto