viernes, 21 de enero de 2011

Gatoperro

por las mañanas llevamos a cabo opuestas operaciones estéticas con idéntico empeño en dominar nuestra naturaleza
Miti desde la ducha:
Snif.
Marla:
¿Estás bien?
Miti quejosa:
Acabo de darme cuenta de que no usas acondicionador.
Cabecita sonriente de Marla asomando por la cortina de ducha:
Noooo...yo me pongo cera en el pelo.
Bola-de-pelo-quejosa:
Tengo el pelo tan encrespado que no me mojo bajo la ducha. Mira, es una rasta gigante.
Marla:
Mooola.
Y se parte de risa.
Miti:
Sniiiif. La próxima vez me traeré mi champú.
Marla:
Quizá puedo hacerte un rinconcito en el armario para que guardes tus cosas.
Miti:
Esto ha sonado como un centenar de cepillos de dientes.
Marla:
Qué va.

domingo, 9 de enero de 2011

Tortillera chunga.



Cuando empecé a salir con chicas tuve algún que otro problema con gilipollas que nos insultaban por la calle, o desde los coches, señoras que te criticaban no demasiado por lo bajo, e incluso, una vez, un taxista nos hizo bajar del taxi cuando nos besamos. Luego, o yo me volví inmune, o la sociedad se volvió más prudente, porque durante muchos años no había vuelto a ser insultada públicamente (al menos en voz alta). Hasta que hace poco, volviendo de fiesta a las seis de la mañana, se me ocurrió besar a una chica en el metro (un besito tonto de nada) y se armó la de diosescristo: el vagón entero se puso a corear "tortilleras, tortilleras" a voz en grito y a hacer todos los comentarios chistosos que se le pueden ocurrir a un simio con las palabras tortilla y huevos...¡durante las cinco paradas que duró el trayecto! Cuando nos bajamos, los muy energúmenos gritaban terriblemente decepcionados que nos quedáramos un ratito más.

Desde entonces, he vivido varias escenas similares. Es triste, pero he llegado a la conclusión que todo esto tiene relación con el hecho de que ahora llevo el pelo largo, y vestiditos, y casualmente, mis parejas también, de modo que los pobrecillos se sienten interpelados, puesto que resulta EVIDENTE que les necesitamos. Además, cuando iba rapada y llevaba camisas, los pocos que nos insultaban lo hacían con verdadero odio, ahora me vejan y me insultan, pero realmente entusiasmados, como si nosotras fueramos las estrellas invitadas de una fiesta y estuviéramos ahí para alegrarles el día. En la fiesta de fin de año, después de aguantar toda la noche que una panda de subnormales aplaudieran TODOS y CADA UNO de mis gestos afectuosos, me encaré y les insulté con todo lo que se ocurrió. Lo peor es que les resultó incomprensible mi reacción violenta, con lo divertido que estaba siendo todo. En su visión del mundo, nosotras éramos Bob Esponja en la fiesta de preescolar, y si no nos gustan los niños, jódete, habernos dedicado a otra cosa. (Creo que prefería a los fachas de toda la vida. Al menos el odio es estimulante...)

Ayer estaba comentando esto con mi Conversor, y haciendo justicia a su papel de Gran Líder Espiritual Gay, me dijo:
- Olvídate de insultar. Esta gente tiene que aprender que lo que hacen no es divertido. Yo he pasado directamente a las amenazas.
- ¿Les pegas? Venga ya.
- No, mucho mejor: tengo el teléfono de la responsable del nuevo protocolo contra la Homofobia de los Mossos de Esquadra. Si se ponen pesados, les haces saber que estan cometiendo un delito tipificado, que tienes muchos testigos y que ahora mismo vas a denunciarles. Y ya verás como se les pasan las ganas de jugar. Yo ya he puesto un par de denuncias por agresión verbal.

Como le admiro. Desde que me contó esto casi estoy esperando al próximo gilipollas para darle un sustito del estilo Samuel L. Jackson.

Vitamina C

Llego tarde a trabajar. Echo mano al bolso para ver buscar el móvil, y de repente mis manos encuentran un objeto no-identificado. Es un brick de zumo de naranja como el que los niños se llevan al cole.

Me has puesto un zumito en el bolso.

Yo quería salir de tu casa inadvertida, dejarte durmiendo, irme sin desayunar, pero tú siempre te sales con la tuya, con tu sonrisa implacable, tus detalles magistrales. Y es que además, estás tan inhumanamente guapa por las mañanas, que, sinceramente, yo lo intento, pero no puedo evitar que se me note tanto que me tienes encandilada.
Que conste que me esfuerzo, pero así una no puede ir de dura.